11/09/2006

Viaje al centro de la mente. Dia 1 (Just like home)

Los cristales del tren que une Shipol con la Centraal Station estaban salpicados de gotas de agua que brillaban como perlas con los primeros rayos de sol que se dignaban a salir entre las nubes.

En tan solo 15 minutos Mike pudo hacerse una idea de cómo iba a ser aquello a través de una conversación ajena. En el mismo vagón estaban planeando el fin de semana un grupo de ingleses, escoceses o cualquier tipo de excremento humano desechado por la madre Bretaña. Hablaban en un tono alto, molesto y repleto del polifacético verbo “to fuck”. Con un gran mapa de la ciudad apoyado en una mesita entre dos asientos, los que parecían los cabecillas estaban organizando el cotarro. Estos tipos, a los que Mike pasó a denominar Aníbal y Phoenix, estaban marcando círculos en el mapa con un rotulador rojo. Que si este coffe shop es mejor que el otro, que si aquí hay un pub inglés de puta madre, que si las putas de aquí no son las piojosas de Leith e o algo así… a Mike le hubiera gustado gritar “hola cacho de cabronazos ¿habéis oído hablar del Museo Van Gogh? ¿Y del Rijksmuseum?” pero a parte de quedar extremadamente pedante hubiera peligrado su integridad física.

Mientras, en los asientos colindantes al grupo de mando estaban los colegas, algo mamados ya y con menos disposición a la organización y más a la acción. Todos hablaban alto, en un tono que estaba molestando amargamente al resto de pasajeros, muchos de ellos holandeses.

Fin de trayecto.

La llegada a la estación parece sacada de otra época. Una amplia bóveda de crucería cubierta por miles de barras metálicas advierten de lo importante que fue la estación y la cuidad en la época industrial. Todo un desafío que pasa inadvertido al grupo de ingleses que salen a empujones y regañadientes, algo excitados y poniéndose y quitándose camisetas. El caso es que el número de británicos se estaba multiplicando, como en la peli esa de los clones.

Mike caminaba con la idea de encontrarse en alguna parte con Craig, su colega inglés y Maarje, una chica holandesa que conoció unos meses antes.

Justo a la salida de la puerta de la estación aparece Craig con una hamburguesa en una mano y un café del McDonalds en la otra. Típico. Pero en el momento en el que se iba a producir el efusivo abrazo un empujón desplazó ambos cuerpos al suelo. Desde allí Mike se pudo sentir como un extra en la peli de Braveheart. Diez, veinte, quizá más, una amalgama de cuerpos se estaban zurrando con la mayor naturalidad, ante la mirada asustada de los viandantes. Los golpes eran certeros, como si de profesionales de la gresca se tratara. En unos segundos de alguna cuenca nasal, labio roto o ceja destrozada empezaba el reguero de sangre. Entre ellos estaba Aníbal, gritando algo que Mike no tenía ganas de traducir. El tal Aníbal tenía una camiseta diferente, era de fútbol, con rallas verticales negras y blancas, bueno, y un poco de sangre también… Tenía agarrado por el cuello a un tipo grande, rubio y con la cabeza rapada.

Mike nota como alguien le coge de la chupa de pana y le levanta, es Craig, que le saca del mogollón.

Craig es un tío de puta madre. Inglés, del noroeste, concretamente del condado de Durham. Informático, practica King Boxing y es alcoholdrogodependiente.

En unos segundos dos coches patrulla, una lechera y unos cuantos robokop aterrizan en el improvisado ring. Craig decide salir pitando, como el resto de british y de dutchs.

Mike y Craig se alejan por la calle principal a toda caña, aturdidos, intentando esquivar el caos que provocan los coches, tranvías, bicicletas y peatones.

Mientras caminaban por la avenida, Craig llamaba a Maarje. El punto de encuentro: El museo del sexo. Como estaban cerca de allí y les sobraba algo de tiempo, decidieron por unanimidad tomarse una pinta por el reencuentro. Craig sonríe con su pinta en la mano y con la ironía que caracteriza a todo inglés espeta: “Just like home”

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